Proyecto de clase con María de los Angeles VILASAU, profesora,

James School of Language, San Sebastián de La Gomera, España

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Milan Kundera, La Ignorancia, Capítulos 1-6

Primera resumen, corregido 12/11/2000

Capítulo 1

Abre el capítulo con una conversación entre Irena, una emigrada Checa que ya lleva viviendo veinte años en Francia y su amiga francésa, Sylvie. La conversación tiene lugar justamente después la caída del telón de acero e Irena es libre de volver en su país. Sylvie le pregunta porqué Irena no había vuelto. Le explica que no quiere echarla de Francia, ni darle a entender que es una extranjera indeseable. Dice que lo que está ocuriendo en su tierra es demasiado fascinante para perdérselo.

Para Irena el regreso no es tan evidente, tiene hijas, su marido y su trabajo en Francia. Tiene acá sus raíces. Sin perder sus sentimientos de amistad, las mujeres coinciden en que Irena es confrontada con un gran cambio emocional en su vida que se escribe con mayúsculas: Gran Regreso de lo que emergen imágines de su memoria y de nuestra cultura. El hijo perdido, el redescubrimiento de los pasos perdidos de la infancia, Ulises que vuelve a su isla Ítaca.

Capítulo 2

Kundera profundiza en las palabras regreso, añoranza y otras nociónes del mismo campo semántico en diferentes idiomas. Distingue algunos matices y contradicciones aparentes. Nostalgia es el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar, pero es también la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra: morriña del terruño. Los alemanes utilizan esta palabra también para nombrar algo que nunca ha sido, como una nueva aventura. Tiene relación con la ignorancia de donde se deriva la palabra añoranza: "Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él". y "Estás lejos, y no sé qué es de ti".

La Odisea es la epopeya fundadora de este conjunto de ideas en la cultura occidental. Ulises vivió junto a Calipso una auténtica 'dolce vita'. Sin embargo eligió el arriesgado regreso. A la apasionada exploración de lo desconocido (la aventura) prefirió el fin (el fin de la vida, que es el regreso). Homero glorificó la nostalgía y estableció una jerarquía moral en la que la nostalgia ocupa un lugar muy alto. Así, se exalta el dolor de Penélope y se menosprecia el llanto de Calipso, aunque Ulises compartió su lecho con Penélope menos tiempo.

Del mismo modo, un periodista norteamericano no le perdona a Schönberg hacerse quedado en Estados Unidos por falta de apego a su tierra cuando su razón para salir de Europa en 1936, el nazismo, había desaparecido.

Capítulo 3

Algunas grandes fechas europeas marcan nuestro siglo: La primera guerra, la segunda, luego la tercera, llamada fría, que termina en 1989. Además de las fechas europeas, hay otras que determinaron los destinos de ciertas naciones. La guerra civil en España en 1936. La rebelión de los yugoslaves contra Stalin en 1948 y el año 1991 en que se pusieron matarse entre sí.

La historia de los checos tiene sus fechas también. Después de la emancipación en 1968, los rusos se instalaron con todo su poder en 1969. Se fueron, sin que nadie lo esperara, en 1989, con suavidad.

Imposible comprender la existencia de Irena en Francia sin analizar tales fechas. Los emigrados de los países comunistas no gozaron de gran estima entre los franceses cuyo único y verdadero mal era entonces el fascismo, Hitler, Mussolini y la España de Franco. Sólo durante los años setenta concebieron el comunismo como un mal, aunque fuera menor.

En 1969, Irena y su marido emigraron a Francia. Comprendieron enseguida que la catástrofe que se había abatido sobre su país era demasiado poco sangrienta para impresionar a sus nuevos amigos. Para que les entendieran, dijeron más o menos:

"Una dictatura fascista desaparecerá con su dictador, así que la gente puede seguir teniendo esperanza. El comunismo, apoyado por la inmensa civilización rusa, es para los países en sus garras un túnel sin fin. El infortunio de esos países consiste en la ausencia total de esperanza".

Lo de "un túnel sin fin" era una equivocación. Todas las previsiones se equivocan. Pero, si se equivocan en el porvenir, dicen la verdad acerca de quienes las enuncian, y por eso son la mejor clave para comprender cómo viven su tiempo. Los checos pensaron que su República (entre 1918 y 1938) se disponía a vivir un tiempo infinito. Se equivocaban, pero precisamente porque se equivocaban vivieron aquellos años con una alegría que hizo florecer las artes como nunca antes.

Capítulo 4

Ya en sus primeras semanas, Irena y su marido tuvieron sueños extraños y se contaron su horror. Eran pesadillas en donde se encontraban sin querer en su país, por ejemplo enfrentados a la policía checa y otros tantos horrores. Aprendieron que todos los emigrados tenían estos sueños. Al comienzo a Irena le conmovió esa fraternidad nocturna, pero después se molestó un poco ¿dónde estaba, pues, su alma única? Así miles de emigrantes soñaban a lo largo de la misma noche ese mismo sueño. El sueño de la emigración, un fenómeno muy extraño de la segunda mitad del siglo XX.

Durante el día Irena vivía otra experiencia del todo contraria. En cualquier momento, brusca y rápidamente, se encendían en su cabeza apariciones felices, para esfumarse poco después. Mientras hablaba con su jefe, veía de pronto un camino que surcaba un campo checo, o un pequeño paseo de un barrio arbolado de Praga, como para paliar su falta de Bohemia. El día se iluminaba con la belleza del país abandonado, la noche con el horror a regresar. El paraíso perdido y el infierno escapado.

Capítulo 5

Los estados comunistas anatematizaron la emigración y sus compatriotas no se atrevían a mantener contacto con ellos. Sin embargo, unos años antes de 1989 iba debilitándose el anatema. La madre de Irena, una inofensiva jubilada, obtuvo el visado para pasar una semana en Italia. El año siguiente decidió ir cinco días a París para ver, sin llamar atención, a su hija. Irena le reservó una habitación en un hotel y sacrificó unos días de sus vacaciones para poder estar con ella.

Irena reconoció rapidamente a su madre tal como siempre la había conocido y supo que nada había cambiado. De golpe se le esfumó la compasión por una madre avejentada. Sin embargo, Irena movilizó todo su sentido moral para portarse como una hija solícita. Fueron al restaurante de la Torre Eiffel, en un barco a ver París desde la Sena y, cuando su madre quiso visitar exposiciones, la llevó al Museo Picasso. Pero la madre apreció mal el gesto y habló de piezas que no estaban en ese museo. Insistió en ver los Van Gogh. Para paliar la ausencia de Van Gogh, Irena le llevó al Museo Rodin, pero en él habló de Miguel Ángel que había visto en Florencia.

Irena se preguntaba ¿por qué? ¿Por qué la madre no se interesó por lo que ella le enseñaba?

¿Por qué no le hacía a su hija ninguna pregunta sobre su vida, sobre Francia, sobre sus vinos, política, sus ...? Hablaba, en cambio, de lo que ocurría en Praga. Irena intentaba colocar alguna observación acerca de su vida en Francia, pero sus palabras se perdían totalmente.

Irena reconoció la situación de su infancia. Su hermano era cuidado tiernamente, mientras con ella, la madre adoptaba una actitud virilmente espartana. Desbordante de fuerza y salud, que disfrutaba todavía, como ya había mostrado explicitamente cuando llegó a París, se inquietaba por la falta de vitalidad de su hija. Con sus rudos modales quería que se deshiciera de su hipersensibilidad. La sensación de inferioridad, de debilidad y de dependencia, cayó de nuevo sobre Irena.

Capítulo 6

Un día antes de su salida, Irena le presentó a Gustaf, su amigo sueco. Cenaron los tres en un restaurante e Irena observó que su madre exhibía una inesperada habilidad para interesarse por otra persona. Con sus treinta palabras de inglés mal pronunciadas apabulló a Gustaf con preguntas sobre su vida, su empresa, sus opiniones y le dejó muy impresionado.

Al volver del aeropuerto, ya en su apartamento, Irena saboreó la calma y la libertad de su soledad. Siempre le había parecido evidente que su emigración había sido una desgracia. Se dijo finalmente que su emigración, aunque impuesta desde el exterior, contra su voluntad, era tal vez, sin que ella lo supiera, la mejor salida de su vida.

Semanas después, Gustaf le anunció con orgullo una buena noticia: su empresa iba a abrir una modesta oficina en Praga lo que le brindaría la ocasión de breves estancias allá: "Tu ciudad", la llamó. En lugar de alegrarse, Irena sintió una vaga amenaza y dijo que Praga no era su ciudad, sino París, donde vivía con Gustaf, donde le conoció.

A solas, se calmó considerando que la barrera policial entre los países comunistas y Occidente era "por suerte" bastante sólida. No tenía por qué temer que los contactos de Gustaf con Praga suposieran una amenaza para ella. De repente se sorprendía de sus propios pensamientos. Había pensado "por suerte", ella, una emigrada a quien todo el mundo compadecía por haber perdido su patria.