Mi Carta de Viaje Nº 7

República de Chile, Cauquenes, el Sábado 3 de enero de 1998

Muy amigos míos:

Ya estoy más de dos semanas en Chile Central y las vicisitudes se han desarrollado rápidamente. Salí de Iquique el Jueves 18 de diciembre a las 10 de la mañana y llegué a Talca a las cinco de la tarde al otro día. Son 31 horas de viaje, pero dormí bien en el autobús. 

Ya en la misma tarde asistí a la licenciatura de Carolina, hija de mis amigos Jaime y Luisa a quien no había visto desde enero. Las ceremonias en el colegio, y después el champán y bocadillo en casa con familiares y vecinos, fue muy acogedor y anunciaron otra clase de amistades que tuve en Iquique y Arica: más en familia. Encontré también a Silvio y Gladys, tíos de Jaime quienes vivían en Holanda por muchos años. Me invitaron para pasar algunos días en su casa en la cordillera, cerca de Talca, pero, en realidad, muy aislada por su carretera muy mala.

Fueron días calorosos. Hablábamos mucho. Dábamos largos paseos en los bosques silvestres alrededor de su casa. Ayudaba Silvio con algún ampliación en la casa de su propio diseño, pero no terminada todavía. Ya es bastante completa y cuidadosamente decorada por Gladys.

Poco a poco descubrí el porqué de su estancia en Holanda que Jaime no me había explicado claramente. Era profesor de Periodismo en la Universidad de Iquique. Practicaba con sus alumnos un proyecto en pequeñas comunidades para que la gente, con un poco de ayuda profesional, crearan sus propios 'periódicos' locales. Con el golpe de estado, en septiembre 1973, llegó en la cárcel al otro día. 

Tres años más tarde, por canales diplomáticos, la reina de Holanda ofreció asilo político a un total de tres mil presos y sus parientes. Otros países europeos ofrecieron proporcionalmente el mismo. Silvio, con su mujer e hija de nueve años, se crearon una nueva existencia en Holanda. Diecinueve años más tarde les permitieron volver. No todos lo hicieron. Por ejemplo su hija que se había casado con un holandés y tiene niños. O tantos otros que se habían arraigado en la vida empresarial o intelectual en Holanda. Pero Silvio, justamente jubilado de su carera en Holanda, volvió. Al fin y al cabo tienen corazones de Chilenos. Eso fue decisivo.

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Lunes pasado llegué a Cauquenes, una ciudad de 40 mil habitantes al sudoeste de Talca, en la dirección del mar. Busco un lugar saludable hasta el fin de febrero. Aquí, o en la playa, unos 40 kilómetros más lejos. Pero antes que nada, me lancé a buscar un contacto al Internet. Esas búsquedas siguen siendo aventurosas. Cada ciudad tiene su historia propia. La de Cauquenes fue muy típica.

Los problemas se originan de la dificultad de conectar mi ordenador portátil a la red telefónica para enviar y recibir mi correo electrónico. Felizmente, hoy en día, hay Cybercafé, lugar público para conectarse al Internet. Pero no con su propio portátil. Hay muy poco y son muy nuevo y por eso son muy difícil de encontrar. Si no hay Cybercafé en una ciudad, no hay otro remedio de encontrar una persona privada que está dispuesta a hacerme el favor de utilizar su computador ya conectado. Añadida a este problema es mi falta de pericia y habilidad con los programas y métodos que se utilizan fuera de mi proveedor familiar, Compuserve, y de mi portátil. Total, estas aventuras son al mismo tiempo un proceso forzado de aprender nuevas cosas.

Arica no tenía Cybercafé, pero conocí a Manuel cuando, en enero pasado, había visto que mantenía una conexión al Internet en su Centro de Llamados. En Iquique conocí a Christian, el parapentista, que me presentó a Raúl en ese entonces. Raúl me ofrecía su propia conexión al Internet. Esta vez aprendí, también por Christian, que hay un Cybercafé en Iquique, escondido en un centro comercial. Tenía poco 'aspecto de café'. Parecía más una oficina con sus trece ordenadores y solo una pequeña máquina para café en un rinconcito. Tenía también el aspecto de una sala de un colegio por la presencia de tantos jóvenes con sus uniformes de colegio 'surfing' o 'chatting' con mucha carcajadas y risillas en frente de las pantallas.

Sin embargo destacó la omnipresencia de Boris, ayudando a la clientela nueva o sugiriéndole soluciones para problemas encontrados. Para mi fue un instructor muy atento, cada vez cuando me había perdido, en el laberinto de Windows 95 que desconocía totalmente. Reflexionó también conmigo para inventar unas estrategias para encontrar un Cybercafé en Talca: Por la universidad, por tiendas de computadores o de otra manera.

En Talca me informaron de la existencia de un Cybercafé en la tercera tienda de computadores que se encontraba. Era muy nuevo: Un mes. Tenía aspecto de café para jóvenes: Bar, taburetes, mesitas y llevaba una decoración muy bien diseñada y moderna. Había solamente tres computadores. En vista de su clientela, abrían muy tarde por la mañana y cerraban no antes de las dos o las tres de la madrugada. Los chicos del bar no sabían nada de computadores, pero la chica central era muy sagaz y bien informada.

En Cauquenes me dirigí a la oficina de Turismo con muy poco confianza de encontrar un Cybercafé en esta ciudad pequeña.

-"No", confirmó la señorita Teresa Burgoa, "no hay Cybercafé por aquí. Pero, tengo una amiga en la gobernación trabajando con un computador conectado al Internet". 

-"Qué pena", me respondió su jefe, "la señorita Nilvia Campos está de vacaciones. Sin embargo, le puedo presentar a la directora del liceo. Hay un conexión Internet por allí". 

-"Lo siento", dijo el profesor responsable, "no puedo dar acceso a personas privadas, pero", me confió, "soy aficionado yo mismo y conozco a otros por aquí". 

Dos nudos más lejos en este red social encontré a Marcelo Cruzat, un aficionado típico: despeinado y sin afeitar, pero con maquinaria de la primera y perfectamente cuidada. De día frente a la pantalla profesionalmente manipulando imagines digitales. De noche surfing en el Web con amigos. El mismo día, no solo envié y recibí mi correo, sino pasábamos algunas horas surfing juntos. ¡Es un placer social!

Los próximos días visitaré los pueblos en la costa para buscar lugar para mi y Ghislaine, mi amiga holandésa, que viene a visitarme por dos semanas. Tenía ganas de quedarme allí también después, hasta el fin de febrero, por su aire más puro y sus mariscos y pescados famosos. Me impidieron la supuesta falta de un surtido amplio de frutas y verduras. De una conexión al Internet no me atrevía a soñar. 

-"No te preocupes por el Internet", tranquilizó Marcelo, "conozco a aficionados en esa región. Vamos a conocerlos".

Mañana nos vamos. De verdad, esas búsquedas siguen siendo aventurosas.

Os saludo cordialmente, Gérard 



© 1998 G.H.A. van Eyk, escritor itinerante.