Mi carta de viaje Nº 12

El Cotillo (Fuerteventura), domingo, 14 de Febrero de 1999

Queridos Amigos:

¡De nuevo estoy de viaje! Gratamente que sí, porque empezaba a dudar si podría, o no, volver a viajar con mis dos maletitas, y si podría liberarme de las cosas que había acumulado durante los últimos meses, que no me caben.

Ya estaba casi cinco meses, sin interrupción, en el mismo lugar. Desde el principio me había dado mucho confort con un linéa telefónica privada, con un ordenador de mesa, y con una conexión al Internet. Cada día tenía la posibilidad de leer los periódicos del mundo, de consultar bibliotecas, y de ´surfear´ por tantos otros destinos interesantes. Este confort lo había echado mucho de menos durante el viaje por Chile el invierno pasado donde era ya feliz con recibir y enviar el correo electrónico una vez por semana.

Pero ahora estoy de viaje de nuevo. Me he liberado. Sin embargo, es un viaje incompleto. No he liquidado mis cosas en San Sebastián. La próxima semana continuaré viviendo allá hasta Mayo. Por eso, es más como un ejercicio o prueba de lo que debo hacer en Mayo: Liquidar todo lo que no me cabe en las maletas para, pasar el verano en Francia.

Eso es cada vez lo más difícil: El desprenderme de lo que he acumulado. Sigue siendo difícil, a pesar de que, una vez la tarea complida, me encuentro muy feliz y liberado. Recuerdo como, hace un par de años, debí liquidar la casa en Holanda y todo lo demás. Eso no deseo vivirlo de nuevo. Más vale reducir muy regularmente mis posesiones hasta que quepan en las dos maletitas. Sin embargo, se acumulan libros interesantes, fotos amados y documentos indispensables. Mi ligereza y mi movilidad no se realizan sin vigilancia permanente.

Con este pequeño viaje, después de un período largo de sedentario, volví a descubrir otro aspecto que me es grato. De nuevo me encuentro más vigilante y más abierto al ambiente, a la gente, y a los acontecimientos. Conectarme a la gente como extranjero, lleva aspectos muy vitales y aventurados. En sitios como San Sebastián de La Gomera, o en Cessenon en Francia, donde conozco a la gente y la gente me conoce, hay una tendencia a limitarme al círculo conocido. Pero aquí, en ésta situación tan desconocida, de repente brota en mi interior una curiosidad muy vital. Ya sé desde toda mi vida que la curiosidad es un aspecto muy profundo en mi carácter; un aspecto que me hace vivir con alegría, y que es un motivo muy fuerte para moverme y para vivir a través de dificultades o contratiempos. Desde el momento de cerrar la puerta del apartamento, el lunes a mediodía, la maletita en la mano, ya lo sentí: La curiosidad, dándome la energía que no había sentido por mucho tiempo. Fue como transformarme en El Niño Curioso que era cuando tenía, digamos, diez años.

Llegué a Fuerteventura el martes, muy temprano por la mañana, después de catorce horas en el barco desde Santa Cruz de Tenerife. Alquilé un coche y comencé a cruzar la isla sin tomar rumbo conscientemente. No hay árboles ni bosques. Es una tierra desnuda donde la creación no está acabada. No está convertida en jardines por los hombres como las otras islas. Es desnuda y original en su mayor parte. Seguí gozando, meditando, y absorbiendo con extrañeza este país nuevo. Poco a poco me di cuenta de que esta otra vida requiría unas decisiones esenciales que no necesitaba tomar desde hacía tantos meses: ¿Dónde puedo comprar mis frutas? ¿Dónde puedo pasar la noche? ¿Qué quiero realmente hacer?

Tal experiencia es como una vuelta a tus fundamentos vitales, a las fundamentos de la vida, a lo esencial que tendía a olvidar cuando vivía sedentariamente. Ya en el barco, y en las primeros horas en esta isla, tuve buenas ideas para escribir cartas de viaje. Ya finalicé dos nuevas en holandés porque me llegaron demasiadas ideas para una sola.

El contraste con mis actividades de los últimos semanas no podía haber sido más fuerte. Había trabajado mucho en casa escribiendo una propuesta para un taller de creatividad que podríamos dar, Ghislaine y yo, en el contexto de un curso de verano en La Gomera. El resultado es un libreto con más de treinta páginas porque se necesita mucha explicación sobre las teorías de fondo. ¡La Sancta Teoría! Proponemos que no sea un taller para una vez, sino, para la formación de nuevos animadores, para que el taller prolifere por sí mismo. Puedes ver los textos en mi sitio Internet experimental (ve abajo). Además, el estudio de entender y hacer mi propio sitio Internet, me mantuvo en casa muchos días con trámites preconcebidos.

Me quedé dos días en Puerto del Rosario, la capital: Cruzando a pie la ciudad, orientándome, impregnándome de su atmósfera, y descubriendo sus venas esenciales. Descubrí un pequeño museo, bastante nuevo, sobre Miguel de Unamuno que fue desterrado a la isla por la Dictadura de Primo de Rivero en 1924, antes de exiliarse voluntariamente en Francia. Era su habitación de aquel entonces. Es un museo muy bien cuidado y informativo por sus textos en las paredes con hechos y sonetos. Unamuno se había enamorado de la isla durante su estancia de solamente cuatro meses. El libreto del museo dice: "Físicamente sale de Fuerteventura, pero en su espíritu, en sus recuerdos, en su alma, Fuerteventura tiene una presencia viva". Pero ¿Porqué un museo?, me preguntaba. Es un asunto bastante fútil en la vida de esta filósofo tan grande. --"De verdad", dijo la señora que atendía, "muy poca gente conoce este período de Unamuno".

--"Eso no explica por qué hay gente en la isla que se preocupa de promover un tal museo".

--"Debe entender que somos una isla aislada, y, a diferencia de las otras islas canarias, no tenemos un grupo dominante de turistas que determinen nuestra cultura. Somos muy interdependientes y hacemos juntos nuestra cultura. Hay por aquí círculos muy activos y interesados en el arte o en la filosofía. Este museo procede de un tal grupo". Salí de Puerto del Rosario, una ciudad con carácter propio, para descubrir qué era Corralejo, una de las dos aglomeraciones turísticas de la isla. Crucé a pie el centro. El plan de las calles todavía deja ver que era un pueblo de pescadores, pero, con la decoración actual, se parece a Torremolinos, Marbella o Benidorm. Vi muchos restaurantes ofreciendo pescado fresco a lado de su menú dominado por pizzas. Tuve dudas y pasé por la oficina de turismo.  --"Hay mucho", me dijo la señora, y comenzó a enumerar, como una letanía, las restaurantes que había visto en mi paseo, y que me habían hecho dudar.

--"Si, los he visto. Son todas pizzerías. Pero, soy francés. Busco un restaurante de pescado fresco de calidad. Por aquí todos lo pretenden. ¡Es imposible!" La miré atentamente. Tendría unos cincuenta años o más. Iba bien vestida y peinada, como está mandado ahora para las señoritas de relaciones públicas. Pero no era como las chicas en las se puede todavía ver los trucos de la formación. No era solamente por su edad; tenía también algo de aristócrata, pero sin ser altiva. Vaciló unos momentos y dijo finalmente: --"Ud. debe entender que por aquí apuntan al público masivo. ¿Tiene Ud. coche? Debe ir a El Cotillo. Es un pueblo de pescaderos de nada, pero hay dos o tres restaurantes excelentes especializados en pescado fresco, y, al mismo tiempo muy caseros, que, como francés, van a satisfacerle seguramente", y me dió un mapa de la isla y marcó el pueblo y la ruta. Inmediatamente continuó hablando de mi acento francés que había notado desde el principio. Habló de sus visitas a la Costa Azul durante su formación turística, y sobre la calidad de los restaurantes franceses, especialmente los caseros, que ella prefiría como yo. --"Pero", dijo de una vez, "¿ya sabe que en Francia también, en las regiones turísticas, apuntan sólo al público masivo. Ud. debe haberlo visto también en su país?" Lo dijo con una nostalgia que me puso casi triste. --"¿Ud. es de la isla?" 

--"Sí", asentó cansadamente. No supe decir más. Le di las gracias y me despedí para ir en línea recta a El Cotillo. Me di un paseo y elegí el restaurante que destacó por su ausencia de señales chillonas porque, también en El Cotillo, comienza el ataque del progreso y del marketing. Ya después de la primera comida me enamoré de este lugar. Además, el aire es más puro por aquí que en esa aglomeración maloliente. Pregunté al camarero: --"¿Sabe si podría alquilar alojamiento por aquí?" Así vivo en El Costillo, y ya por tercera vez he probado un pescado fresco que he elegido yo, y he discutido ampliamente su preparación con la cocinera. Cuando vuelvo a Corralejo, voy a dar las gracias de nuevo a la señora de la oficina de turismo.

Os saludo cariñosamente, Gérard



© 1999 G.H.A. van Eyk, escritor itinerante.